jueves, 14 de octubre de 2010

Muscles in action

Esta semana he vuelto al gimnasio tras muchos años que no pisaba uno. El gimnasio, que ya no se llama así, sino "wellness center", es un lugar enorme y bien ventilado al que los individuos como yo van cuando ya están que no pueden con los huevos, de tan oxidada como tienen la bisagra, dicho así en román paladino. Me he encontrado con un lugar muy distinto a los que yo visité en mi juventud para boxear y hacer pesas. Ya no se fuma ni van matones a pegarse, no puedes desafiar a nadie en ese antro oscuro y maloliente que eran los gimnasios de mi juventud. Ahora están llenos de máquinas que sólo se ponen en marcha cuando introduces una llave electrónica que lo primero que informa a la máquina es si estás al corriente de pago, por si al entrar te has colado por esa especie de barras como las de metro que hay a la puerta. Una vez metes la llave en la máquina, el aparato infernal te llama por tu nombre y se pone en marcha durante los minutos que tu "personal trainer" ha puesto en el ordenador que debes hacer. Cuando acabas de esa máquina ella misma te manda a otra, y así hasta el final. El ordenador sabe perfectamente si haces los ejercicios y si los hiciste ayer, y no puedes hacer ni un movimiento más si el trainer no se lo ha dicho previamente al ordenador.

El resultado es bueno, pero entrenas como un robot. El personal que hay no es el que había antiguamente; porteros de discoteca atocinados levantando kilos y kilos, macarras haciendo full contact en camiseta de tirantes, contando sus peleas en los descansos y haciendo guantes que acababan a primera sangre las más veces, y muy rara vez una chica, detrás de las que todos los parroquianos del gimnasio babeaban y se ponían cerca de ella a ver si conseguían impresionarla a base de sudor y músculo. Nada de eso. Hoy en el gimnasio -o wellness leches de eso-, lo que hay son cachas vigoréxicos con gafas de pasta, salas luminosas y bien ambientadas llenas de churris preciosas haciendo aerobic, spinning, step y cosas de esas, vestidas con mallas de diseño. ¡¡Mamma mía!! Empleados de banca, profesores de secundaria que van a quitar el michelín pedagógico, casadas que quieren mantener la pulsión carnal, y algunos atocinados y oxidados y oxidadas como yo que nos escondemos en las máquinas de las esquinas abochornados por haber abandonado nuestro cuerpo hace mucho tiempo suplicándole a Santa Rita que nos lo devuelva. El full contact ya no existe, ahora hay una cosa que se llama body combat, que es aerobic con golpes simulados -las mozas están encantadoras haciéndolo-, no se hace kárate, sino batuka, y muchas cosas así. 

Los vigoréxicos me miran con desprecio, las churris tonificadas por el fitness ni me miran, el único de mis encantos que no puedo desplegar ahí es el intelectual, y de todos los que podría desplegar, no tengo ninguno, o sea que mi dignísima esposa puede estar sumamente tranquila. En fin, que sudo y sufro. Es que no se puede perder la hombría cada vez que se ve una cerveza y una salchicha de frankfurt, luego se atocina uno y pasa lo que pasa. 

Pero hay algo que me pone juguetón, y no son precisamente las clientas del gimnasio. El primer día, cuando estaba a punto de subirme al primero de esos engendros diabólicos digitales, me acompañaba una entrenadora, un encanto de chica, que con la explicación de cómo utilizarlo, acababa mi pre-entrenamiento. Cuando estaba a punto de poner en marcha la máquina, miré a los ojos de la encantadora deportista y le dije:

-Oye guapa, ¿te puedo hacer una última pregunta?
-Sí, claro, por supuesto -respondió ella sin dejar de sonreír-
-Mira, quiero saber si alguna vez un cuarentón oxidado y tirando a gordo como yo, ha conseguido ponerse en forma.
La chica bajó los ojos, y sin mirarme, respondió con una evasiva:

-Hombre, no sé.... 
-O sea, que no ha pasado nunca -respondí yo-
-No sé... sí... no.... no conozco a ninguno, pero....a lo mejor sí....
-Bien, gracias, no te preocupes -respondí dando por finalizada la conversación, porque vi que la chica se azoraba-

O sea que estadísticamente los tíos como yo no recuperan jamás la forma, esa es la realidad. Bien, mi objetivo es romper la estadística y recuperar el tono muscular, la capacidad torácica y todas esas cosas. Si este blog se cierra porque he sufrido un infarto, ya sabéis cómo habrá sido. 

El del bañador naranja soy yo. Os he engañado a todos. La chica que lleva un "21" en la pierna es amiga mía y se llama Loli, cuando queráis os la puedo presentar. Con la del bañador rojo que está a mi derecha es que hace tiempo que lo dejamos, y ya sabéis, no me gusta revolver las cosas pasadas.



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